¿“La dicha en movimiento” llegó al cine?. Absurda historia de amor, historia musical manipulada sin pausas y la divertida locura de Pipo Cipolatti

El film del director Maxi Gutiérrez cuenta el insulso encuentro de dos jóvenes mientras se graba el álbum debut de “Los Twist”. Relato desprolijo, flojas actuaciones, un guión endeble y un inocultable desinterés por mostrar como ocurrieron en realidad los hechos originales.

 

 

(Capital Federal – Viernes 21 de Noviembre de 2025) Pipo Cipolatti después de 45 años de carrera se ha hecho merecedor de todo lo mejor que un artista amerita, luego de sembrar en cada tramo de su vida inagotables muestras de su sapiencia, memoria y sobre todo, del humor que la Argentina perdió desde mayo de 2003, cuando se le dijo a una parte de esta sociedad que ya no podía reírse con Alberto Olmedo y Benny Hill. Un numeroso resto, el que no pudo ser adoctrinado por los profetas salvadores de mirada austral, por suerte, para mal de aquellos coptadores que vendieron una nueva ética y moral, bastante o muy floja de papeles, seguimos disfrutando de las cosas que ese bloque oportunista quiso desterrar a poco de iniciado el nuevo milenio. El pelirrojo que a principios de los ‘80s se calzó firme una Gretsch 335 roja y compuso con su socio Daniel Melingo las canciones de un álbum que por su contenido se volvió inmortal y divertido, hace rato que viene mereciendo un Gardel de Oro, un Grammy Latino, un Martín Fierro y hasta un Premio ACE, merced a la deslumbrante contribución que hizo a la música y la actuación, desde que decidió armar en la transición dictatorial al vapuleado jardín democrático ese genial proyecto llamado “Los Twist”. Lo que Pipo no merecía sin dudas, es que en nombre de aquél grupo, hoy se haya estrenado en los cines una película que no solo no le hace justicia, sino que además coloca a ese tótem creativo en un segundo plano, para amplificar una vulgar historia de dos insulsos jóvenes que se enamoraron mientras se grababa el trascendental disco “La dicha en movimiento”, término que toda la policía empleaba en sus manuales para hacer referencia a la cocaína. Ojalá el intérprete pelirrojo haya cobrado un buen cachet para sus arcas, porque hace décadas que esta sociedad lo ha puesto en un lugar inmerecido dentro de la órbita artística del país.

Toda catástrofe tiene un antecedente que nos permite localizar aquél punto de origen para que algo como lo que se puso a consideración hoy, nos permita entender las razones que llevaron al director Maxi Gutiérrez, supuestamente declarado fan del grupo, a crear en los últimos años un filme que se vale del impacto artístico de aquél disco, para insuflarle bien adelante un “love story” tan berreta como devaluado, protagonizado por dos figuritas del nuevo milenio que deberán aprovechar estos días para celebrar las mieles del discutible y polémico estrellato digital, con una película que a los fans del grupo les provocará apenas arranque una úlcera sobre otra de manera infinita. El largometraje desde su arranque pone en alerta al espectador, indicando que lo que vendrá no guarda relación real con aquellos hechos que sí ocurrieron y que este folletín pop venido a menos promueve alterar de una forma lapidaria y cruel. Por ende, si el fan de “Los Twist” necesitaba una ratificación que las cosas no serán como deben ser, intentar asociar de buena fé lo que sigue a lo ocurrido, se convertirá en una odisea de giles que no se preocupan demasiado por las raíces de ese maravilloso fenómeno musical, vivido en el país luego que la guerra del Atlántico Sur le activó una irrefrenable cuenta regresiva al final del gobierno militar existente, provocando la llegada de las elecciones democráticas, mientras la música escapaba de ese folk-pop sudamericano para construir fuera del jazz rock, nuevas formas sonoras, tal como ocurrió de forma despampanante en EEUU y toda Europa.

Maxi Gutiérrez recordó en una entrevista con un matutino nacional, que el origen de este film fue mostrarle a sus alumnos después de la pandemia, que algo destacado asomaría en la sociedad como contra-respuesta a ese tiempo desolado e hiriente de la crisis sanitaria a principios de esta década, usando como ejemplo la reacción de la música argentina tras la suspensión de canciones en inglés que dispuso la Junta Militar en las radios nacionales en abril de 1982. Esta justificación se inscribe en la absurda manipulación de suscribir a esas bochornosas conductas de re-escribir la historia ya conocida por varios millones, macabra modalidad que se instaló desde el 2003 en Argentina, siendo en lo artístico el referente de mayor impacto la miniserie para plataformas “El amor después del amor”, un adefesio de escala vergonzante que describe supuestamente como fue la vida y carrera musical del cantautor rosarino Rodolfo Páez apenas arribado a la Capital Federal en los ‘80s. Aquél folletín de undécima calidad eludiendo ciertas cosas determinantes, mientras los autores acomodaban a piacere la descripción y protagonismo de los personajes involucrados en una biopic que se muestra brutalmente alejada de la realidad, descartó protagonistas para asignar ese vital espacio a otras humanidades que no tuvieron esa incidencia. Ese brutal mamarracho con el respaldo de capitales foráneos, velozmente instaló la moda de contar a contramano la realidad, llevándose puesto ciertos hechos o personas que modificaron la existencia del personaje evocado. De ahí en más todo empeoró a velocidad subsónica.

El director no quería hacer una biopic, algo que sospechaban los músicos del grupo, pero sí incluirlos dentro de la historia de amor que quería presentar. Esa visible fragilidad del proyecto en cuanto a quienes serían los protagonistas del film, generaba en las primeras evaluaciones un descreimiento o rechazo de los involucrados, entendiéndose que usar al conjunto como fondo de una muy tradicional historia de sentimientos entre dos jóvenes, podía conspirar fuerte para que el foco no estuviese ni en uno ni en otro lado. Todo fue creciendo hasta llegar al momento de la filmación, mientras el cineasta encastraba las piezas de un rompecabezas que tenía graves fallas en su sitio de fabricación. Lo que cuesta mucho entender, es utilizar a un disco icónico de los ‘80s, que marcó un antes y después dentro de la concepción del pop menos testimonial, para ponerlo de contexto secundario en un argumento que podría haber tenido otra estructura artística no ligada a una historia tan determinante en la música argentina de esos momentos. Era como poner de relleno casi superficial a los artistas que aportaron humor, grata espontaneidad e ideas innovadoras en un panorama musical que pedía a gritos una renovación creativa urgente. Los Twist y en primer plano Pipo Cipolatti no se merecían esta ubicación, entendiéndose que una joven banda que marcó a fuego aquél tiempo de una década de fuertes cambios, ameritaba recordarse de otra forma, no como simples decorados de un love story berreta, previsible y de muy bajas calorías artísticas.

El casting es un asunto vital y decisivo en una historia, pero si el mismo está manipulado en torno a la mediatez o impacto digital de las nuevas generaciones, sin dudas proponer un condicionamiento a hechos históricos con intérpretes no solo discutibles, sino cargados de yerros impresentables en una recordación, terminará devaluando a esas figuras que el director quería evocar como contexto dentro del vulgar y previsible enamoramiento de un dueto de adolescentes necesitados de afecto y amor. Kevin Roberto, un marplatense que en el último lustro protagonizó videos en Youtube y después tuvo su cuarto de hora en la cadena de cable Nickelodeon o en un film sobre la massacre de “Cromañón”, fue la mitad de una previsible pareja complementada con Ornella D’Elía, con discutibles pergaminos y personajes cuanto menos olvidables. Lo más grave no se trata de la dupla protagónica del vínculo sentimental, sino quienes encarnaron a Los Twist, cuya trilogía emblemática tal como era de suponer, no podía recaer en intérpretes seleccionados al voleo. Para darle un pie de credibilidad al rol de Pipo Cipolatti, seleccionaron a Julian Cerati, quien a pesar de aprenderse algunas frases o gestos del líder del conjunto, no pudo superar el recuerdo que la gente tiene del destacado artista, convirtiéndose en una desabrida “macchietta” de este cautivante pelirrojo volcado a la música, la televisión y otras artes. Peor fue el caso para encarnar a Daniel Melingo, seleccionando a Guido Penelli, quien lejos de mantener algún accionar cercano al vientista, cantante y guitarrista, prefirió hacer de “chico malo pintón” de un infinito aviso comercial de cigarrillos, desluciendo cada escena que le tocó encarar en esta devaluada historia fílmica. Para el icónico papel de Fabiana Cantilo, la producción del film escogió incomprensiblemente a Sofía Morandi, no solo mucho mayor que esta vocalista al momento de aquella grabación, sino ploteada estéticamente muy diferente a lo que era en ese momento la magistral cantautora e intérprete de apellido de alcurnia.

Si con esto no alcanzaba, el remate a quemarropa llegó con otros roles y papeles que este seudo largometraje propone de manera tosca y desabrida. Interpretando a los padres del joven enamorado asoman Pablo Seijo y Romina Ricchi, condicionados por un guión muy pobre y escuálido en sus características, hacen lo que pueden. El disparo letal fue quien encarnaría al rockero Charly García, que en la película aparece recortado en sus enfoques, tomado a distancia y algunas veces de espalda. Federico Pereyra pasará a la historia no como uno sino tal vez, el peor “Charly” de todos los tiempos, quien parece que para dar el tono vocal no tuvo mejor idea que oprimir los orificios de su nariz para dar ese particular y fonético sonido de una persona con voz demasiado nasal, un indudable delirio creativo que termina ofendiendo más que recordando a uno de los referentes indudables del rock argentino de todos los tiempos. Suena incomprensible el protagónico asignado en cierta estructura a Lalo Mir, porque cuando Los Twist en 1983 hicieron historia sin histeria, este animador radial era apenas un empleado de esa estructura comunicacional sin peso en la industria. A diferencia de una contundente negativa de Daniel Melingo de tomar parte del film, Pipo Cipolatti decidió participar bastante de la película. Aunque parezca algo raro, el pelirrojo cantante, guitarrista y notable compositor, por su cuidado estético, podía haber hecho de sí mismo en la historia, pero todos los realizadores de este febril mamotreto no creyeron que el músico pudiese dar la talla para hacer de él mismo en la historia.

Por eso, Pipo Cipolatti en esta producción encarna a un productor televisivo, en breves y valiosas apariciones que aportan, como era de suponer los momentos más divertidos del film, cuando al músico solo le basta decir un par de palabras para lograr los instantes más entretenidos y creíbles de la historia. No todo fue un camino de rosas a la hora de armar esta realización que vino filmándose después que finalizaron las restricciones fuertes de la post-pandemia. Para el personaje de un conductor televisivo, Maxi Gutiérrez seleccionó al animador Jey Mammón, figura que en su momento registró todas las escenas que debía encarnar, tiempos donde nadie imaginaba que esta figura mediática atravesaría una causa por supuesto abuso de menores, lo cual le costó a este animador de tv la pérdida de varios trabajos y un desprestigio del cual no ha logrado reponerse, sostenido en el aislamiento que la nueva sociedad denomina “cancelación”. Por eso el director y la cúpula creativa de esta producción debieron salir a las corridas a reemplazarlo, temiendo que la presencia de esta figura del mundo audiovisual pudiese espantar espectadores o sumir a la película en un crítico contexto de difusión una vez lista para estrenar. Fue entonces donde decidieron sacarlo de la realización, pero como sus escenas ya estaban filmadas, el intríngulis fue en esas horas como reemplazarlo. Finalmente fue convocado el destacado conductor radial y televisivo Ronnie Arias, quien grabó ciertas tomas cercanas del personaje, las cuales con “inteligencia artificial” permitieron cambiar la cabeza del intérprete que originalmente había filmado ese rol, lo cual demandó después que el propio Arias fuera a los Estudios Pomeranec, firma muy valiosa en la industria audiovisual, para doblar las voces a fin de corporizar cada escena en la que le tocó participar con ese truco digital.

No conformes con esta sucesión de errores, disparates y fallas estructurales, los creadores de este film, pisaron el acelerador a fondo sumando elementos que además de aportar una intencional confusión, parecen guiños retro-futuristas a ciertas cosas que acontecieron un par de décadas más tarde. En un momento de esta película, un joven le entrega al chico que se enamora de una adolescente, un cassette con el demo de unas canciones, para que el mismo llegue a las manos de Charly García. El blooper que insertaron los autores del largometraje fue que el cassette tiene en su portada la frase “La madre de la lágrima”, un título que juega con el nombre de un disco de García publicado a principio de los ‘90s, llamado “La hija de la lágrima”. El otro tic insertado en la historia, es cuando uno de los personajes televisivos de la historia dice la frase “Aguante la ficción”, declaración que en realidad apareció en una entrega de premios Martín Fierro dos décadas después, cuando los realitys estaban restándole espacio a las producciones con actores. Otro detalle que pone de manifiesto el desconocimiento de sus realizadores, es cuando supuestamente a Fabi Cantilo se le escapa que está por dejar al grupo justo durante la grabación de este álbum debut, una determinación que realmente ocurrió muchos meses más tarde y nó mientras se grababa la ópera-prima de esta recordada formación pop.

En medio de muy malas actuaciones, a excepción de las apariciones de Cipolatti y Arias en muy contados casos, la película permite escuchar los temas del grupo, más una música incidental compuesta por Gustavo Pomeranec que acompaña respetuosamente ese clima ochentoso que intenta exhalar la realización, sin olvidar que cuando suben los títulos al final de la proyección se puede ver a Pipo Cipolatti bailando y cantando “25 estrellas de oro”, uno de los clásicos de aquella obra maestra publicada durante fines de 1983. Estrenada ayer en distintos complejos de cine, la película “La dicha en movimiento” no tuvo una buena respuesta en las salas, no logrando siquiera vender al menos doscientas entradas en su jornada debut, algo que naturalmente le impidió estar dentro de las diez películas más vistas de los días jueves, cuando habitualmente ocurren los estrenos oficiales. Sin críticas publicadas en diarios en la jornada del jueves y sí muchísimas opiniones en todos los medios oficiales de cine, donde la realización recibió lapidarios análisis, una producción que manipula de manera torpe y soberbia la divertida historia de un disco fundamental en el pop de los ‘80s, con la presencia del astro Charly Garcìa como productor musical, la película “La dicha en movimiento defrauda absolutamente todas las expectativas, ignorando todo el humor que signaba aquél período de gestación de la banda y su ópera-prima. Sumada a esta camada de horribles producciones decididas a reescribir por conveniencia o presión ideológica, ciertos tramos de la historia que están muy claros para las generaciones sin daños neuronales, este film provoca sopor, aburrimiento y desinterés por la pésima manera de evocar aquella famosa grabación en los Estudios Panda, lugar utilizado también para filmar buena parte de las escenas realizadas en este desperdicio fílmico vintage. La historia propuesta no tiene ni dicha ni movimiento, solo caprichos editoriales, actuaciones para el olvido y la dolorosa sensación que un genio como Pipo Cipolatti no se merecía esta herejía con un mediocre largometraje, destrozando los verdaderos recuerdos de aquél hito histórico en el primer trabajo discográfico de “Los Twist”.

 

Fotos Film «La Dicha En Movimiento»: Prensa Film – María Soledad Galletti 2025